Reconectar con nuestra esencia

Debido a nuestro escaso autoconocimiento, los seres humanos caemos en el frecuente y extendido error de creer que somos nuestra mente. Y cuanto mayor es nuestra identificación con la mente, mayor es nuestra desconexión de lo que verdaderamente somos: aquello que sabios de todos los tiempos han llamado “esencia” o “verdadero ser”.


Nuestra mente es una herramienta maravillosa. Nos ayuda a razonar, a almacenar información y a detectar y resolver problemas. El problema surge cuando dejamos de verla como una herramienta y comenzamos a confundirla con lo que verdaderamente somos. Cuando creemos que “somos” nuestra mente, somos dominados por nuestro parloteo mental, por lo que reaccionamos y nos comportamos de manera automática e inconsciente.

En este estado de inconsciencia, no podemos decidir cuándo un pensamiento nos atrapa y cuándo no, por lo que dejamos de tener el control sobre nosotros mismos. Y como estamos tan apegados a nuestros pensamientos, los tomamos como si fueran la realidad misma. Entonces no somos conscientes de que nuestros pensamientos rara vez reflejan las cosas tal y como son, pues todos interpretamos la realidad en base a las creencias subjetivas a las que nos hemos ido apegando a lo largo de nuestra historia.

 

“Vemos las cosas no como son, sino como somos nosotros.”

IMMANUEL KANT

 

Cuando en la filosofía oriental hablaban de “iluminación” se referían precisamente a no dejarnos atrapar por los pensamientos automáticos con los que nos bombardea nuestra mente, viviendo en la quietud interior, libres de nuestro “diálogo interno involuntario”. Cuando comenzamos a ser conscientes de que “no somos nuestros pensamientos”, empezamos a tomar distancia de nuestras creencias distorsionadas, pudiendo ver las cosas con más neutralidad y objetividad, lo cual nos lleva a cosechar una intensa serenidad en nuestro interior.

Desde esta postura existencial, recuperamos la “conciencia de ser”, es decir, volvemos a sentir nuestra presencia en este mismo instante; la vida que emana de nuestro interior. Eso es lo que llamamos “ser” o “esencia”. Paradójicamente, en ese espacio tan profundo de nosotros mismos es donde está la paz que tan infructuosamente buscamos en el exterior.

Para facilitar este proceso, podemos prestar atención a las sensaciones internas de nuestro cuerpo, sintiendo nuestra vida “en estado puro”. Esto nos facilita tomar consciencia del aquí y el ahora, así como desengancharnos del desfile de pensamientos que discurren por nuestra mente. Aunque nuestros pensamientos y emociones puedan seguir ahí, ya no se adueñan de nosotros. De hecho, cuanto más intensamente sentimos nuestra presencia, más insignificantes nos parecen nuestros pensamientos y emociones pasajeras.

 

“La iluminación es el final del sufrimiento.”

SHAKYAMUNI BUDA

 

La serenidad, la tolerancia, la abundancia, el discernimiento, el amor… son todo cualidades de nuestra verdadera esencia, pues gozamos de ellas cuando no estamos “descentrados” o dominados por el incansable flujo de pensamientos automáticos con los que somos bombardeados cada día por nuestra mente. Así, cuanto más nos identificamos con nuestra mente condicionada, más nos desconectamos de nuestro verdadero ser y, por extensión, de la profunda e intensa sensación de abundancia que lo acompaña.

No obstante, al desconectarnos de lo que verdaderamente somos, surge el “ego” o, lo que es lo mismo, el “falso concepto de identidad” que tenemos de nosotros mismos. Nuestro ego es la persona que creemos que somos, que al final no es más que  el personaje que hemos aprendido a interpretar en base a las creencias con las que nos hemos ido identificando. Curiosamente, “personalidad” viene del término “persona”, que era usado en el latín clásico para referirse a la “máscara” que portaban los actores de teatro.

Cuando vivimos de manera inconsciente, es decir, desenchufados del ser, nuestra existencia se convierte en una búsqueda de cosas con las que identificarnos para satisfacer nuestro ego (un cuerpo más estilizado, un trabajo más prestigioso, una historia personal más heroica, etc). Sin embargo, la vida nos va demostrando con los años que, aunque es muy gratificante ver nuestro ego satisfecho por un rato, nuestro vacío interior jamás termina de verse completamente colmado por esta vía. Por eso Eckhart Tolle afirma que “nuestra mente egoica, identificada con nuestros pensamientos, es como un barco hundiéndose: si no lo sueltas, te hundes con él”.

 

“Los sentimientos vienen y van como las nubes en un cielo ventoso. La respiración consciente es mi ancla.”

THICH NHAT HANH

 

Nuestros talentos, nuestros valores, nuestras pasiones y nuestra autenticidad como seres humanos únicos e irrepetibles también forman parte de nuestra esencia o verdadero Yo, pues florecen cuando no somos dominados por el ego. Y ser congruentes con todo ello nos aporta bienestar y satisfacción. Sin embargo, mientras sigamos siendo dirigidos y tiranizados por nuestro parloteo mental, seguiremos cosechando sufrimiento en nuestro interior.

Lo curioso es que los seres humanos estamos tan bien hechos que es precisamente ese sufrimiento el que nos alienta y nos motiva a salir de nuestra inconsciencia. Es entonces cuando estamos listos para comprender que “no somos nuestros pensamientos”, y al comprender que nuestros patrones mentales no pueden definirnos, comenzamos a verlos como algo ajeno a nuestro verdadero ser, y dejan de tener tanto poder sobre nosotros.

Por extensión, también vamos desidentificándonos de nuestro dolor, es decir, pasamos de “mezclarnos con nuestras emociones” a “observarlas con distancia y aceptación”, llevando a ellas nuestra atención consciente, atravesándolas y transmutándolas en paz y serenidad. Somos testigos silenciosos de lo que ocurre en nuestro interior, como si permaneciéramos en el fondo tranquilo y sosegado de un lago y observáramos las olas que se revolotean en la superficie. En ese momento sentimos como si apagáramos un aparato de aire acondicionado a cuyo constante zumbido nos hubiéramos habituado sin darnos cuenta, experimentando así un profundo alivio en el silencio.

 

“Si no encuentras satisfacción en ti, la buscas en vano en cualquier otra parte.”

FRANÇOIS DE LA ROCHEFOUCAULD

 

Así, conforme vamos trascendiendo nuestra inconsciencia, es decir, desidentificándonos de nuestros procesos de pensamiento y de nuestras emociones pasajeras -las cuales son en gran medida fruto de nuestros pensamientos- vamos entrando en contacto con la inagotable fuente bienestar que hay en nuestro interior y que no tiene una causa externa. Da igual lo que suceda por fuera: los vaivenes de la vida no podrán arrastrarnos si no perdemos el contacto con esta fuente.

Cuando reconectamos con nuestra esencia o verdadero Yo, recuperamos nuestra sensación de abundancia y dejamos de sentir que no estamos completos. Dejamos de creernos pensamientos como “no soy lo suficientemente bueno” o “necesito la aceptación de los demás”, pues dichos pensamientos proceden de nuestro ego, el cual no es parte de la solución, sino del problema.

Cuanto menos nos identificamos con nuestro ego, menos posesiones, éxito, evasiones y reconocimiento necesitamos, pues encontramos en nuestro interior la paz que tan desesperadamente buscábamos en el exterior. Entonces la necesidad de convertirnos en algo distinto a lo que somos deja de presionarnos. En el mundo externo pueden pasar muchas cosas: podemos tener éxito, hacernos ricos, arruinarnos, dejar una relación… pero nada de eso cambia lo que realmente somos. En las dimensiones profundas de nuestro ser ya estamos completos en este preciso instante.

Compartir esta entrada