¿Quién es la causa de tus emociones? ¿Quién origina tu ira, tu tristeza y tu miedo? ¿Quién fabrica tu frustración, tu resentimiento y tu desesperanza? Los seres humanos, por lo general, hemos aprendido a delegar en los demás y en las circunstancias que nos rodean la responsabilidad de lo que nos ocurre por dentro. Solemos aferrarnos a creencias como: “¡esta persona me saca de quicio!”, “¡esta situación me pone triste!”, “¡sin ti no puedo ser feliz!”, “¡necesito este coche para sentirme bien!”… Y todas tienen algo en común: asumir que nuestras emociones son una consecuencia directa de lo que hay fuera de nosotros (personas, situaciones, objetos…). Pero, ¿qué ocurriría si nos atreviéramos a asumir que esto no es así?
Hay un ejercicio que quizás nos ayude a aclarar esto:
Imagina una situación por la que te hayas perturbado hace poco. Sea la que sea. ¿Cómo te sentiste? ¿Qué emociones experimentaste? ¿Fueron muy intensas? ¿Cuánto tiempo duraron? ¿Eran intermitentes o estaban en todo momento? Imagina, ahora, a personas de tu entorno que pudieran reaccionar de manera diferente ante ese mismo acontecimiento. ¿Qué emociones crees que sentirían? ¿Crees que serían muy intensas? ¿Crees que serían muy duraderas? ¿En qué se diferenciaría su reacción emocional de la tuya? ¿Y qué es lo que cambia para que existan esas diferencias entre su reacción emocional y la tuya?
¡No cambia la situación, cambia la persona! Y más concretamente, lo que cambia es lo que cada persona hace a nivel psicológico con esa situación. Así, nuestras emociones no nacen de la situación en sí, sino que son fruto de las interpretaciones, pensamientos y actitudes que mantenemos frente a la situación.
Incluso aunque dos personas reaccionaran con la misma emoción ante una situación (por ejemplo, tristeza ante el fallecimiento de un ser querido), es bastante probable que experimenten tristeza de maneras diferentes. Uno la experimentará de manera más intensa, otro la experimentará durante más tiempo, otro la experimentará pasada una temporada…
En cualquier caso, cuando nos paramos a pensar en ello, nos damos cuenta de que somos nosotros, por nuestra manera personal e intransferible de experimentar la realidad, quienes fabricamos nuestro propio estado interior.
No es el jefe que nos grita, el amigo que no nos llama, la pareja que nos defrauda o el hijo que no nos obedece. Somos nosotros, que nos sentimos amenazados cuando nuestro jefe nos grita, que dependemos de que nos llamen para sentirnos bien, que nos aferramos a las expectativas que ponemos en nuestra pareja y que no podemos convivir en paz con el hecho de que nuestro hijo tome sus propias decisiones.
No obstante, hemos edificado nuestro estilo de vida sobre la desacertada suposición de que “son las personas y las circunstancias que nos rodean las que nos hacen sentir de una manera u otra”. Y mantener esta idea nos hace creer que lo único que podemos hacer para sentirnos mejor es cambiar las cosas por fuera. Es así como terminamos buscando fuera nuestro bienestar interno. Paradójico, ¿verdad?
Lo más significativo es que, cegados por este limitante punto de vista, entramos en conflicto con todas aquellas personas o circunstancias que erróneamente catalogamos como causantes de nuestras emociones. Y entonces el sufrimiento se atrinchera más fuerte en las profundidades de nuestro interior.
De este modo, nos obcecamos en adaptar lo de fuera a nuestras limitaciones y carencias, en lugar de ocuparnos en trascender nuestras limitaciones y llenar nuestras carencias por nosotros mismos. En realidad no necesitamos que ninguna persona, situación o circunstancia sea como a nosotros nos gustaría que fuera, sino darnos a nosotros mismos aquello que pretendíamos obtener a través de esa persona, situación o circunstancia (amor, respeto, consideración, bienestar, felicidad…).
Nuestro sufrimiento no se desvanece cuando perpetuamos nuestra constante lucha con lo de fuera, sino cuando sanamos nuestras heridas y cambiamos nuestra manera de interpretar la realidad y de posicionarnos ante ella. El cambio que necesitamos no está fuera, sino dentro de nosotros mismos.