Nuestra relación con la realidad

Lo que sentimos no es el resultado directo de lo que sucede por fuera, sino de la manera en la que nosotros nos relacionamos con ello. Es por eso que otros seres humanos en nuestras mismas circunstancias generarían emociones radicalmente distintas. O quizás las mismas, pero en diferente intensidad, duración y frecuencia. Al fin y al cabo, nosotros somos la fábrica de nuestras emociones.


En el siglo 1 d.C, un filófoco perteneciente a la escuela del estoicismo, Epicteto, vivió gran parte de su vida como esclavo. A pesar de ello, o quizás gracias a ello, pudo verificar y enunciar una de las grandes verdades existenciales: “no son las cosas que nos pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nos decimos acerca de esas cosas”.

Cuando tenemos pensamientos hostiles, estos se manifiestan en nuestro cuerpo en forma de ira. Cuando tenemos pensamientos de amenaza, estos se manifiestan en nuestro cuerpo en forma de miedo. Y cuanto más nos identificamos con el discurso de nuestra mente, es decir, con nuestros juicios e interpretaciones -en su mayoría subjetivos y distorsionados-, mayor es la carga emocional que vertimos sobre nuestro cuerpo.

De este modo, observar e indagar en nuestras emociones nos sirve para ser conscientes de los pensamientos que estamos alimentando. Y a su vez, ser conscientes de esos pensamientos y dejar de anclarnos a ellos nos proporciona mejores resultados emocionales.

 

“Las emociones son el reflejo de la mente en el cuerpo.”

ECKHART TOLLE

 

También hay muchas ocasiones en las que lo que pensamos y lo que sentimos no termina de encajar. Esto ocurre porque los pensamientos de los que somos conscientes no son más que la punta del iceberg, es decir, son pensamientos superficiales por debajo de los cuales hay creencias mucho más arraigadas y profundas. Es por eso que observar atentamente nuestras emociones nos ayuda a hacer conscientes nuestras creencias inconscientes.

Por ejemplo, Juan puede pensar de manera consciente que María es fantástica y creer que la acepta siempre tal y como es. Sin embargo, a veces se perturba por los actos de María, generando una ira y un resentimiento que no hacen más que dejar de manifiesto que no la acepta ni siempre ni tal y como es.

En este caso, podríamos decir que Juan tiene unas creencias conscientes (“María es fantástica y siempre la acepto tal y como es”) y otras inconscientes (“María debería ser de esta otra manera”). En la medida en la que Juan permanezca atento e indague en su interior, podrá reconocer cuáles son los pensamientos asociados a su resentimiento. Y solo entonces tendrá la oportunidad de impedir que lo manejen de manera inconsciente.

 

“Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder para elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta radica nuestro crecimiento y nuestra libertad.”

VIKTOR E. FRANKL 

 

Cuando nuestro organismo funciona plenamente, nuestras emociones son muy breves. Sin embargo, pensamiento y emoción se retroalimentan, por lo que si permanecemos anclados a nuestro diálogo interior, alimentando las creencias tóxicas que nos propone la mente, las emociones correspondientes -también tóxicas- se verán fortalecidas. A su vez, estas emociones hacen que los pensamientos asociados a ellas parezcan más reales. Por eso nuestros pensamientos catastrofistas parecen cobrar más sentido cuanta más tristeza experimentamos.

Para acabar con este patrón hemos de romper este círculo vicioso, y para romperlo hemos de iniciarnos en el apasionante viaje de aprender a desapegarnos de nuestros pensamientos, viéndolos como nubes pasajeras en el cielo, comprendiendo que son solo palabras en nuestra mente a las que nosotros decidimos la atención que les prestamos. Y en paralelo, este viaje tan especial pasa también por aceptar y abrazar nuestras emociones, haciendo las paces con ellas e impidiendo que nos dominen.

 

“Los sentimientos van y vienen como las nubes en un cielo ventoso; la respiración consciente es mi ancla.”

THICH NHAT HANH

 

Realmente, nadie elige el dolor, el conflicto y la perturbación conscientemente. Cuando surgen estos estados limitantes, es porque no hemos tenido la suficiente consciencia para desprendernos de nuestros juicios y resistencias a la realidad, o como tan bellamente lo expresan los maestros Zen “porque no ha habido suficiente luz para disipar la oscuridad”. Esto es lo que ocurre cuando nuestra mente condicionada -la cual ha aprendido a juzgar, rechazar, comparar, competir, desconfiar, etc.- sigue dirigiendo nuestras vidas.

Cuanto mayor sea nuestra inconsciencia, es decir, cuanto más vivamos dominados y tiranizados por nuestros pensamientos automáticos y limitantes, mayor será el conflicto que mantengamos con el mundo externo, incluyendo a las personas que nos rodean. De este modo, para dejar de perpetuar nuestra lucha mental con la realidad, conviene recordar que los demás, al igual que nosotros, están en su proceso, por lo que tan solo actúan en base al nivel de consciencia y comprensión que han alcanzado en ese momento. ¿Cómo podríamos enojarnos con alguien “enfermo” de inconsciencia? La única respuesta saludable es la compasión.

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