No necesitas la aprobación de los demás
Si algo tenemos en común los adultos es que hemos sido niños. Y como niños, todos pasamos por un proceso en el que se nos dijo cómo debíamos vivir, alentándonos a seguir unas directrices externas que, en muchas ocasiones, iban incluso en contra de nuestro propio criterio. De esta manera, nuestro ambiente cultural nos enseñó a fiarnos más de la opinión de otros antes que de la nuestra. Desde la ropa que debíamos ponernos hasta lo que debíamos comer, pasando por cómo debíamos comportarnos y a qué debíamos aspirar en la vida.
Es cierto que algunas de estas imposiciones fueron por nuestro bien. Incluso fueron necesarias para aprender a desenvolvernos adecuadamente en esta compleja sociedad. Pero eso no quita que, conforme pasaban los años, fuéramos interiorizando la creencia de que hay algo «incorrecto» en nosotros, y de que debíamos adaptarnos al criterio de los demás para que las cosas nos fueran bien. En el fondo solo tratábamos de recibir de ellos la aprobación que no conseguíamos darnos a nosotros mismos.
Como consecuencia de este proceso de «auto-abandono interior», terminamos confundiendo nuestra propia valía con la aprobación de los demás. Es decir, si los demás están bien con nosotros, nosotros estamos bien, pero si los demás están mal con nosotros, creemos que algo debe estar mal en nosotros. Es así como terminamos preocupándonos más por cómo nos ven que por cómo nos sentimos. Inconscientemente creemos que necesitamos que alguien externo confirme nuestro valor como personas. Y dado que esto hace que cada vez nos obcequemos más en lo que puedan pensar o sentir los demás, terminamos por marginar por completo nuestro propio mundo interior.
«Tú eres lo único que falta en tu vida.»
OSHO
Así, sin ser conscientes de ello, comenzamos a ligar nuestro bienestar al hecho de causar una buena impresión en los demás, lo cual nos atrapa en un peligroso círculo vicioso: cuanto peor nos sentimos, más buscamos la aprobación de los demás, y cuanto más nos centramos en obtenerla más nos olvidamos de nosotros mismos, lo cual hace que nos sintamos peor. Y vuelta a empezar.
Lo cierto es que todo lo que no encontramos en nosotros mismos lo buscamos en nuestra relación con los demás. Es por ello que, cuanto más nos rechazamos a nosotros mismos, más fuerza toma nuestro deseo de aprobación. Dicho de otro modo, la cantidad de amor que ansiamos obtener de los demás es exactamente la cantidad de amor propio que nos falta. ¿Cómo romper esta triste inercia? Tomando las riendas de nuestro interior, y estableciendo como una prioridad el darnos el amor y la aceptación que hemos buscado desesperadamente obtener de los demás.
Hay muchos indicativos de la presencia en nuestro interior de cierta necesidad de aprobación: sentirnos mal cuando alguien da una opinión contraria a la nuestra, actuar de acuerdo con el criterio de los demás pero en contra de nuestros propios valores, ponernos a la defensiva cuando alguien arremete contra nosotros, tratar de impresionar a los demás con nuestra manera de vestir o con nuestros conocimientos, decir demasiado a menudo «perdón» y «lo siento» e incluso ser inconformistas para llamar la atención de los demás.
«Vivimos encadenados a lo que llamamos felicidad.»
ANTHONY DE MELLO
Un claro ejemplo de nuestra necesidad de aprobación es lo mucho que solemos alterarnos frente a las críticas o desaprobaciones de los demás, lo cual deja de manifiesto que no tenemos una buena imagen de nosotros mismos. Si la tuviéramos, no daríamos credibilidad a la crítica negativa, al igual que en este momento no daríamos credibilidad a la opinión de alguien que nos critica por tener piel, pues consideramos que no hay nada de malo en tenerla. Así, trascender la necesidad de aprobación pasa también por sanar nuestro autoconcepto, cultivando una manera de mirarnos más realista, amable, compasiva y constructiva.
Asimismo, conviene comprender que no sufrimos porque el otro nos rechace, nos critique o no se comporte como a nosotros nos gustaría. Sufrimos por depender de su manera de tratarnos para sentirnos bien con nosotros mismos. Es decir, no sufrimos por lo que nos hacen los demás, sino por cómo nos relacionamos nosotros con lo que nos hacen. Es por eso que nosotros somos la causa de nuestra propia perturbación, así como de nuestro propio bienestar. Sin embargo, como no somos conscientes de ello, lo único que notamos es que nos sentimos mejor cuando nos aprueban y peor cuando nos rechazan, por lo que afianzamos la errónea creencia de que «necesitamos la aprobación de los demás para ser felices».
Por supuesto, no hay nada de malo en disfrutar de la aprobación de los demás. Que alguien nos halague, nos quiera o nos aplauda no tiene nada de peligroso. Lo que sí es peligroso es convertir esa aprobación en una necesidad para nosotros, lo cual equivale a poner nuestro bienestar en manos ajenas, convirtiéndonos en marionetas emocionales, a merced de cómo decidan comportarse los demás.
«La mejor relación es aquella en la que el amor propio excede la necesidad del otro.»
DALAI LAMA
Así, aunque a todos nos gusta que nos quieran y nos aprueben, conviene reconocer que esto no es una necesidad para nosotros. En todo caso es un deseo. Lo cierto es que podemos ser plenamente felices aunque ciertas personas no nos aprueben. Cuanto más cuestionamos la creencia de que «necesitamos la aprobación de los demás para ser felices», más nos damos cuenta de que no es cierta. Principalmente, porque nuestra felicidad no tiene una causa externa, sino que es un estado de satisfacción y regocijo interior que surge cuando vivimos alineados con lo que verdaderamente somos, dotando nuestra vida de verdadero sentido.
Además, la gente no nos desaprueba por cómo somos, sino por no ser como a ellos les conviene que seamos. Es por ello que lo que otros seres humanos opinan de nosotros rara vez es neutro y objetivo -como «llevas una chaqueta verde«-. Más bien son juicios de valor subjetivos y distorsionados -como «llevas una chaqueta fea»-, totalmente determinados por sus creencias, sus actitudes, sus miedos y sus anhelos. Es decir, que lo que otros opinan de nosotros dice más de ellos que de nosotros. Es más, lo que conseguimos al adaptarnos al criterio de los demás no es una aprobación real, pues no están aprobando lo que somos, sino el personaje que estamos interpretando para complacerles.
«La aprobación, el éxito, la alabanza y la valoración son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la sociedad.»
ANTHONY DE MELLO
Lo cierto es que al tomar verdadera consciencia de que la aprobación de los demás no es una necesidad para nosotros, la necesidad de aprobación desaparece. Ahora bien, este viaje no se recorre en un día. Tendremos momentos de mayor lucidez -«comprendo que no necesito ser aprobado, que la opinión de los demás habla más de ellos que de mí y que puedo tener una vida plena y satisfactoria al margen de la opinión de los demás»- y momentos de mayor descentramiento -«necesito que todos me aprueben y me confirmen mi valor como persona»-. Lo importante es seguir comprometidos con este nuevo aprendizaje.
Hagamos lo que hagamos siempre habrá un gran porcentaje de personas que no estarán de acuerdo con lo que hacemos. Por eso las personas que se proponen agradar a todo el mundo pasan su vida frustrados, exhaustos y resentidos. Cuando tomamos consciencia de que la aprobación de los demás no puede proporcionarnos un bienestar profundo, duradero y estable, dejamos de perseguirla y nos centramos en tratarnos a nosotros mismos con más amor, cariño y respeto. Lo más curioso es que entonces los demás tienen una imagen más positiva de nosotros, y paradójicamente aumenta la aprobación que recibimos. En relación a ello, hay un cuento hindú que, aunque habla de la felicidad, es perfectamente aplicable a la búsqueda de aprobación:
Un gato anciano vio cómo un gatito pequeño perseguía en círculos su propia cola. Daba vueltas y más vueltas. Su persecución no tenía fin. Entre extrañado y divertido, el gato anciano le preguntó:
– ¿Por qué tratas de alcanzar tu cola?
El gato pequeño, sin cesar en su empeño, le contestó:
– Persigo mi cola porque he aprendido que mi cola es mi felicidad. ¡Cuando la alcance seré feliz!
A lo que el gato anciano, sonriendo con ternura, le dijo:
– Hijo mío, yo también creo que mi cola es mi felicidad. Sin embargo, he aprendido que cuando me obceco en perseguirla, siempre se me escapa. Sin embargo, cuando sigo mi propio camino, esta viene detrás de mí y me acompaña donde quiera que yo vaya.
He comprendido el artículo, pero además de empezar a ser consciente de que dependes de la aprobación de los demás… que más se puede hacer para no depender de eso y sentirte mal y con ansiedad?
¡Hola Isabel! El caso es que cuando tomamos verdadera consciencia de que la aprobación del otro no es una necesidad para nosotros, dejamos de verla como una prioridad y nos liberamos de esa tensión y esa ansiedad. Es como si una parte de nosotros mismos entendiera que la aprobación de los demás no es la verdadera causa de nuestra felicidad. De hecho, la creencia que hemos de cuestionar es precisamente «mi felicidad depende de ser aprobado de los demás», porque la tenemos muy anclada al inconsciente. Cuando de verdad tomamos consciencia de que podemos vivir una vida plena y con sentido al margen de si somos más o menos aceptados, nuestra mente cambia el chip y deja de obsesionarse con ello. Al final, el reto está en sacarnos a los demás de la mochila y centrarnos en aceptarnos y valorarnos nosotros. Entonces la opinión de los demás deja de tener tanto poder sobre nosotros. Te animo a leer otro artículo de mi web: «Reconquistar el amor propio». ¡Un abrazo enorme!