No le des más vueltas: la aceptación es la llave que nos permite salir de la sala del sufrimiento. Eso sí, aceptar algo no quiere decir aprobarlo o estar de acuerdo con ello. Sencillamente quiere decir estar en paz con lo que sucede tal y como sucede. Y esto ocurre cuando dejamos de juzgar, de condenar y de poner etiquetas a lo de fuera.
Los seres humanos creemos que si no nos sentimos bien es porque las cosas no son “como deberían ser”, pero es justamente al revés: cuanto más nos aferramos a nuestra concepción mental de “cómo deberían ser las cosas según nosotros”, más nos perturbamos.
Imagina por un momento que sucede algo que tú no deseas que suceda. Por ejemplo, vas conduciendo y, de repente, tu coche se queda totalmente atascado en el barro. ¿Cómo reaccionas? ¿Qué te sucede por dentro? ¿Qué pensamientos acuden a tu mente? Y lo que es más importante, ¿qué emociones generan esos pensamientos?
Es bastante probable que, ante dicho acontecimiento, tu primera respuesta sea resistirte, maldecirlo y condenarlo, cosechando con ello una buena dosis de sufrimiento en tu interior. Sin embargo, imagina ahora que lo vives con total aceptación y serenidad. Sin rechazo. Diciendo “sí” al momento presente. ¿Sufrirías en ese caso? Seguramente no. No obstante, el acontecimiento es el mismo, lo que quiere decir que tu sufrimiento no procede del acontecimiento, sino de la manera en la que tú reaccionas ante él. Si hay aceptación, no hay perturbación. Si hay perturbación, no hay aceptación.
“Lo único que te hace sufrir es lo que no eres capaz de aceptar”.
GERARDO SCHMEDLING
Lo cierto es que este estado de aceptación y ausencia de conflicto nos da mucho miedo, porque pensamos que implica no hacer nada para mejorar nuestra situación de vida actual. Sin embargo, nada nos impide actuar una vez hemos aceptado y hecho las paces con nuestro momento presente. Aceptar es un acto interno. No quiere decir no hacer nada por fuera. Si -continuando con el ejemplo anterior- vamos con el coche y nos quedamos atascados en el barro, aceptar no significa dejar el coche ahí y resignarnos. Significa no luchar contra ese momento, no catalogarlo como “malo” y ver que no tiene ningún poder sobre nosotros a no ser que nosotros se lo demos mediante nuestra resistencia.
Una vez hemos aceptado lo que sucede -es decir, una vez hemos dejado de perturbarnos-, nada nos impide tomar medidas al respecto. Es más, nuestros actos son mucho más productivos y sensatos cuando surgen de la aceptación, pues el rastro de paz y satisfacción que esta vierte sobre nuestro interior nos lleva a relacionarnos con la vida de manera más fluida y consciente.
Así, si por ejemplo alguien se nos cuela en la cola del supermercado, aceptar no significa no decir nada. Aceptar significa no perturbarnos. Y desde ese estado nos será mucho más sencillo hablar con la otra persona y quizás retomar nuestro puesto en la cola. De igual manera, aceptar que nuestro jefe es un “descentrado” y nos habla siempre malhumorado no significa permanecer en ese trabajo. Significa no darle ese poder, aceptando que es como es y que nuestra paz interior no depende de su manera de relacionarse con los demás. Incluso es probable que eso nos anime a buscar otras alternativas a nivel laboral.
Si algo está claro es que las acciones tomadas desde la aceptación son siempre más eficientes y proactivas que las tomadas desde la negación y el dolor. De hecho, solo desde la paz que nos trae la aceptación podemos decidir con objetividad y sabiduría qué deseamos hacer con nuestras circunstancias externas. En cualquier caso, la aceptación nos invita a que, hagamos lo que hagamos con el exterior, tomemos como prioridad mantener limpio nuestro espacio interior.
“El dolor que creamos en el ahora siempre surge de una falta de aceptación”.
ECKHART TOLLE
Por mucho que a nuestro ego le cueste asumirlo, nuestra perturbación emocional no procede de lo que nos sucede, sino de lo que nosotros hacemos con lo que nos sucede. Más concretamente, la perturbación que experimentamos en nuestro interior surge cuando “luchamos” contra lo que nos sucede. Es decir, cuando no somos capaces de aceptarlo. Así, frente a cualquier tipo de perturbación -ya sea tristeza, ira o miedo- siempre podemos preguntarnos: “¿qué es lo que no estoy aceptando?”. La respuesta nos hará comprender que el origen de nuestro sufrimiento está en nuestra mente, y no en la realidad externa. Está en nuestra no-aceptación, y no en el acontecimiento externo en sí.
De hecho, nada ni nadie tiene el poder de hacernos sufrir emocionalmente. Es nuestro ego quien nos hace reaccionar de manera automática, reactiva y dolorosa frente a lo que nos sucede. Cuando comprendemos que nuestro ego es el responsable directo de nuestro sufrimiento, dejamos de esperar que la realidad externa se amolde por completo a nuestros deseos y exigencias, y nos centramos en aceptar lo que sucede tal y como sucede. Es entonces cuando dejamos de pelear con lo de fuera y empezamos a cosechar verdadera paz por dentro.
Una vez somos capaces de aceptar la realidad y abandonar nuestra resistencia mental, encontramos dentro de nosotros mismos un espacio de paz y serenidad que las circunstancias externas no podrán proporcionarnos jamás. De esta manera, cuando “permitimos” que el momento presente sea como es, nos liberamos de las condiciones externas, las cuales dejan de tener poder sobre nosotros.
Los seres humanos creemos que al resistirnos permanecemos en libertad y al aceptar entramos en cautiverio, pero es justamente al revés. Cuando nos resistimos somos presa de nuestro sufrimiento y cuando aceptamos nos liberamos de nuestras circunstancias externas, pues dejamos de darles el poder de decidir cómo hemos de sentirnos en este momento. De hecho, aceptar una situación significa dejar de hacer que nuestro bienestar dependa de ella. Por eso solo somos verdaderamente libres cuando aceptamos.
“Practica la aceptación negándote a etiquetar el ahora”.
ECKHART TOLLE
Cuando nos limitamos a observar la realidad tal y como es, no nos perturbamos. Solo nos perturbamos cuando nos dejamos atrapar por nuestros juicios e interpretaciones subjetivas. En la realidad solo hay “alguien poniéndose delante de nosotros en la cola” o “un señor malhumorado” al que nosotros llamamos jefe. Solo eso. Todo lo demás (“es impermisible que esto suceda”, “seguro que disfruta con ello”, “este acontecimiento me impide estar en paz”, etc.) son invenciones de nuestra mente que, lejos de ayudarnos a responder de manera eficiente y constructiva, no hacen más que verter perturbación en nuestro interior.
Da igual lo que esté sucediendo fuera. La pregunta es: ¿quiero sentir lo que siento en este momento? ¿Elegiría conscientemente mi sufrimiento? Y si no lo elegiría, ¿como es que ha surgido? Lo cierto es que ha surgido por nuestra lucha y resistencia a cómo está sucediendo este momento. Y, ¿por qué nos resistimos? Porque seguimos esperando que sean nuestras circunstancias externas las que nos proporcionen la paz que no encontramos por dentro -una paz que encontraríamos si dejáramos de luchar contra el instante presente-.
La paradoja es que al alimentar esta resistencia solo logramos crear un conflicto entre lo de fuera y lo de dentro. Es así como terminamos convirtiendo el momento presente en nuestro enemigo. Inconscientemente, creemos que nuestra negatividad y nuestra resistencia nos van traer un estado agradable, pero es justamente al revés. Resistencia es sinónimo de sufrimiento.
“La felicidad no puede depender de los acontecimientos. Es tu reacción ante los acontecimientos lo que te hace sufrir”.
ANTHONY DE MELLO
La resistencia siempre es inconsciente. Cuando la hacemos consciente desaparece. Primero, porque comprendemos que nuestra perturbación procede de un déficit de aceptación y que realmente no deseamos rechazar este momento y perpetuar nuestro sufrimiento. Y segundo, porque cuando nos limitamos a observar nuestra resistencia interna, esta deja de apoderarse de nosotros.
De esta manera, cuando notes cómo la resistencia y el rechazo comienzan a tomar el control de tu mundo interno, solo tienes que prestar mucha atención a tu interior. Observa tu resistencia. No la juzgues. Mira cómo comienza a generarla tu mente. Respira y observa qué etiquetas pone tu mente a la situación, a los demás y a ti mismo. Observa tus pensamientos y tus juicios, pero no te aferres a ellos. Ya sabes que son solo juicios que te conducen al sufrimiento y no aportan nada de valor a tu vida. Si no logras estar en paz, al menos acepta que no estás en paz. Ese simple gesto comenzará a proporcionarte la coherencia interior y, por tanto, la paz que tanto anhelas.
Al practicar y cultivar la aceptación, nos volvemos como un profundo lago. La superficie de ese lago representa las cosas que nos suceden por fuera: nuestra situación de vida. A veces estará en calma y otras veces agitada. Sin embargo, la parte más profunda del lago permanecerá inalterada, en un plácido estado de reposo y quietud. Da igual cuánto se agite la superficie del lago, nuestra paz interior ya no depende de ello.