La tiranía del pensamiento

Dado que percibimos la realidad desde nuestras creencias, juicios y evaluaciones subjetivas, la visión que tenemos de ella está completamente distorsionada. A su vez, esto nos lleva a entrar en conflicto constante con la vida, pues no nos relacionamos con ella con objetividad y sabiduría, sino movidos por las falsas interpretaciones que, como fruto de nuestra inconsciencia, elaboramos una y otra vez.


Nuestros pensamientos son el prisma a través del cual percibimos el mundo. Rara vez vemos las cosas tal y como son. Normalmente interpretamos la realidad de manera subjetiva y distorsionada, mirándola desde el filtro de nuestros pensamientos, ideas e impresiones personales. Es por ello que cuando las personas de diferentes equipos de fútbol ven un mismo partido, parecen haber visto dos partidos diferentes.

Podríamos decir que no vemos las cosas como son, sino tal y como nuestros pensamientos nos dicen que son. Esto nos lleva a no “discernir” y “aceptar” la realidad tal y como es, perturbándonos cuando ésta no se adapta a  nuestra concepción mental de “cómo deberían ser las cosas”. Es entonces cuando nuestro pensamiento se convierte en enemigo de nuestra serenidad.

 

“La perturbación emocional no es creada por las situaciones, sino por la interpretación que hacemos de esas situaciones.”

ALBERT ELLIS

 

Todas nuestras emociones tienen un valioso mensaje para nosotros. La alegría nos dice que algo es bueno y que podemos disfrutar de ello. El miedo nos dice que nos protejamos. La tristeza nos dice que reflexionemos. La ira nos dice que algo es molesto o irritante. En esencia, todas nuestras emociones buscan una sola cosa: nuestra adaptación al medio en el que vivimos. El problema es que los seres humanos generamos emociones de manera innecesaria, debido a las interpretaciones que hacemos de la realidad. Por ejemplo, si interpretamos que algo es amenazante, nuestro organismo generará miedo, haya una amenaza real o no. Y si nos decimos a nosotros mismos que algo es irritante, generaremos ira, seguramente de manera excesiva y totalmente prescindible.

Es por ello que lo que genera nuestras emociones no es lo de afuera, sino la manera en la que nosotros interpretamos y nos relacionamos con lo de afuera. En esencia, lo que determina nuestro estado emocional no son las cosas, sino lo que nos decimos acerca de esas cosas. Por eso unas personas tienen miedo al compromiso mientras que otras desarrollan un estilo de vida dependiente, de igual forma que unos aman a los perros mientras que otros les tienen verdadero pánico.

Así, nuestro estado interior no es igual si nos aferramos a creencias como “soy un gusano de la peor especie” que si tenemos pensamientos más objetivos como “lo hago lo mejor que puedo en base a mi nivel de comprensión y consciencia”. Y tampoco es lo mismo pensar “esto que han hecho es terrible y me impide estar en paz” que mantener creencias más realistas como “los actos de otras personas no tienen por qué tener tanto poder sobre mí”.

 

“En lo que crees, te conviertes.”

SIDDHARTA GAUTAMA BUDA

 

Un pensamiento genera una emoción. Una emoción genera una actitud. Una actitud genera un acto. Y un acto genera consecuencias. Como nuestra manera de actuar procede de nuestra manera de pensar, las consecuencias de nuestros actos tienden a confirmar nuestros pensamientos, quedando así cerrado el círculo vicioso de nuestro auto-engaño. 

Por ejemplo, Luis cree que no es capaz de hablar en público. Esta creencia genera una incapacitante emoción de inseguridad, que lo bloquea y cohíbe a la hora de hablar en público. Esto hace que Luis evite por todos los medios hablar en público y que, cuando no le quede más remedio que hablar frente a otras personas, experimente un intenso malestar, el cual no le permite fluir y disfrutar de la experiencia. Esto le lleva a confirmar que hablar en público es horrible y que además él no sirve para eso. Así, su creencia queda reforzada, y lo que empezó con un simple pensamiento termina siendo una arraigada actitud frente a la vida.

Esto es lo que nos ocurre a todos los seres humanos cuando no cuestionamos las creencias que, de manera inconsciente, hemos aprendido a mantener. En lugar de ser líderes de nosotros mismos y tomar decisiones de manera libre y natural, nos convertimos en presas de nuestras propias creencias. Así, cuando experimentes un estado emocional limitante, siempre puedes preguntarme: ¿Qué pensamientos me están llevando a sentirme así? ¿Cómo estoy mirando e interpretando las cosas para cosechar sufrimiento?

 

“Tú no eres tu mente.”

ECKHART TOLLE

 

Lo más normal es que no hayamos elegido nuestra manera de pensar. Ciertamente, ésta suele ser fruto de nuestro proceso de condicionamiento, de los mensajes que recibimos en nuestra infancia, de la cultura en la que nos hemos criado y del ambiente en el que hemos crecido. Hemos aprendido a pensar de la manera en la que pensamos mirando a nuestro alrededor y sacando conclusiones -seguramente precipitadas- acerca de nosotros mismos, de los demás y de la vida en general. Nunca nos hemos detenido a cuestionar nuestro discurso interior para liberarnos de las cadenas de nuestra ignorancia.

Además,  en palabras de Jiddu Krishnamurti, “no somos la incansable charla mental de nuestra cabeza, sino el ser que es capaz de escucharla, ignorarla o cuestionarla”. No somos lo que pensamos, sino lo que queda cuando nos vaciamos de nuestros pensamientos. Nuestra mente es una máquina de supervivencia cuya finalidad es detectar amenazas, protegernos, buscar la comodidad y estar atentos al mundo externo. Pero estos mecanismos, sin los cuales seguramente no estaríamos hoy aquí, nos juegan muchas malas pasadas.

Es por ello que, si queremos adueñarnos de nuestra plenitud interior, resulta necesario dejar de mirar desde nuestros pensamientos y empezar a mirar hacia ellos para verlos con perspectiva, cuestionándolos e impidiendo que nos atrapen y nos dirijan de manera inconsciente. Si queremos cosechar un mundo interior más saludable hemos de construir un diálogo interno más saludable, cultivando con ello una mejor relación con nosotros mismos y con todo cuanto nos rodea.

 

A veces, cuando estamos en la habitación de la insatisfacción, tenemos que descorrer las cortinas del pensamiento para poder ver con claridad el paisaje de nuestra felicidad.

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