La mayor parte del dolor que experimentamos los seres humanos es completamente innecesario. Lo creamos nosotros a través de los pensamientos tóxicos y limitantes que merodean incansablemente por los rincones de nuestra mente.
En palabras de Krishnamurti: “no somos la charla que oímos en nuestra cabeza, sino el ser que escucha esa charla”. Nuestra mente está diseñada para ayudarnos a resolver problemas, detectar amenazas y defendernos del peligro. Si no fuera por ella, no habríamos sobrevivido como especie a lo largo de la evolución. Sin embargo, hay una gran diferencia entre “usar nuestro pensamiento como una herramienta” y “creer que somos nuestro pensamiento”.
Nuestra manera de pensar está fuertemente condicionada por nuestro ambiente social y familiar, así como por las experiencias concretas que han ido marcándonos a lo largo de nuestra vida. Si nuestra historia hubiera sido otra, si hubiéramos vivido en otro país o nacido en otra familia, nuestra manera de pensar sería muy diferente. Es por eso que no puede definirnos como lo que verdaderamente somos.
“Hasta que no hagas consciente lo inconsciente, tu subconsciente seguirá dirigiendo tu vida y tú lo llamarás destino.”
CARL GUSTAV JUNG
Hasta que no somos conscientes de que “no somos nuestros pensamientos” seguimos en la inconsciencia, es decir, actuamos con el “piloto automático”, comportándonos tal y como nuestra programación mental nos dice que lo hagamos. Por supuesto, esta nociva manera de estar en el mundo solo nos lleva a cosechar malos resultados tanto fuera como dentro de nosotros.
Cuando tomamos consciencia de que “no somos nuestra manera de pensar”, nos es mucho más fácil desligarnos del constante flujo de pensamientos que constantemente tratan de secuestrar nuestra atención. No se trata de luchar contra ellos -lo cual solo nos dejaría más atrapados en nuestro diálogo interior-, sino de no permitir que nos dirijan de manera automática e inconsciente. Para ello, podemos limitarnos a observarlos y aceptarlos, siendo conscientes de ellos pero sin “engancharnos”.
Nuestra mente condicionada ha aprendido a juzgar, rechazar, comparar, competir, desconfiar, etc. Cuanto más desarrollamos la capacidad de ver nuestros pensamientos como lo que son -una retahíla de palabras en nuestra cabeza que rara vez refleja la realidad tal y como es-, más nos desligamos de las incansables batallas de nuestra mente, experimentando un estado de regocijo y serenidad.
“La realidad suele ser más amable que las historias que nos contamos acerca de ella.”
BYRON KATIE
En su afán de protegernos de posibles amenazas, nuestra mente juzga, condena y rechaza constantemente lo que ocurre en el mundo externo. Y dado que en este estado de falta de aceptación no somos capaces de encontrar ningún atisbo de paz, el sufrimiento comienza a germinar en nuestro interior. De hecho, la intensidad de nuestro malestar emocional depende del grado de resistencia que ofrezcamos al momento presente.
Lo cierto es que nuestra mente siempre trata de negar y rechazar el instante presente, pues está diseñada para corregir errores el pasado y asegurar nuestra supervivencia en el futuro. Es por eso que, cuanto más nos identificamos y apegamos a ella, más desconectados nos sentimos del momento presente, lo cual no hace más que fortificar nuestra sensación de insatisfacción y vacío.
En polo contrario, cuanto más valoramos y aceptamos el aquí y el ahora, más nos liberamos del sufrimiento generado por nuestra mente. Así que no es causalidad que los maestros Zen nos han animado a lo largo de toda la historia a permanecer en íntima conexión con el momento presente, duchándonos mientras nos duchamos -y no pensando en el trabajo- y conduciendo mientras conducimos -y no juzgando y condenado el tráfico, el cual no es nuestro enemigo, sino el resultado de que muchas personas, al igual que nosotros, van a trabajar a la misma hora-.
“Todo lo que andas buscando se encuentra en este momento.”
RALPH WALDO EMERSON
En esencia, podríamos decir que cuanto mayor sea la aceptación con la que vivamos la realidad -más allá de nuestros juicios e interpretaciones subjetivas y distorsionadas-, más sosiego germinará en nuestro interior. Es por eso que, en la medida en la que vamos desidentificándonos de nuestros pensamientos, vamos encontrando dentro de nosotros mismos ese espacio de paz y abundancia que tanto anhelamos.
De esta manera, estemos donde estemos, siempre podremos respirar y tomar consciencia de la intensa sensación de nuestra presencia -tomando distancia del desfile de pensamientos que discurran por nuestra mente-. También podemos decidirnos a saborear al máximo el aquí y ahora -sintiendo el agua y el jabón mientras nos lavamos las manos, el tacto de las sábanas al acostarnos, el movimiento de nuestro cuerpo al caminar, etc-. Y sabremos que hemos realizado con éxito esta tarea cuando sintamos un inmenso regocijo y una intensa sensación de paz en nuestro interior.