Como marionetas movidas por nuestra propia inconsciencia, actuamos y regimos nuestra vida en función de ciertos valores y creencias que hemos ido absorbiendo a lo largo de los años, pero que no nos pertenecen realmente. Es por ello que, con frecuencia, no nos sentimos libres para escoger nuestro propio camino, y por el contrario decidimos perpetuar un estilo de vida no alineado con nuestros verdaderos deseos y necesidades.
Hacemos muchas cosas que no deseamos hacer, y dejamos de hacer muchas otras que sí querríamos llevar a cabo. Este estado de incongruencia interna entre lo que “deseamos” y lo que “hacemos” termina instalándose en las profundidades de nuestro ser, generando cierta dosis de conflicto y perturbación en nuestro interior. Pero como sentimos que no podemos confiar en nosotros mismos para tomar las riendas de nuestra vida, nos seguimos dejando dirigir por una manera de pensar que no es verdaderamente nuestra, cosechando así los mismos malos resultados emocionales de siempre, avivando con ello nuestra batalla interna.
“Las verdaderas batallas se libran en el interior.”
SÓCRATES
Como no sabemos qué hacer con nuestro dolor, simplemente lo enterramos en nuestro interior, auto-engañándonos y mirando hacia otro lado. Pero en esta desconexión de nosotros mismos no sólo escondemos nuestro dolor en los recovecos de nuestro mundo interno, sino que también nos distanciamos de todo cuanto nos sucede por dentro. Es por eso que el concepto que tenemos de nosotros mismos no suele tener nada que ver con lo que verdaderamente hay en nuestro interior. Por supuesto, este desajuste alimenta la hoguera de nuestra confusión y nos desordena aún más por dentro.
De hecho, muchas veces nos vemos en la necesidad de impedir que determinadas experiencias internas accedan a nuestra consciencia, pues chocarían violentamente con la manera rígida y preestablecida en la que vivimos nuestra vida. Esto es lo que ocurre cuando, por ejemplo, nos distraemos viendo la televisión por no sentir nuestro vacío interior, cuando mantenemos relaciones dependientes por no enfrentarnos con nuestro miedo a la soledad o cuando no nos atrevemos a escoger un trabajo que nos apasiona por miedo al cambio.
Así, huimos de nuestras propias emociones para poder seguir con nuestra existencia de segunda mano. Nos aferramos en todo momento a un plan preconcebido, sustentado por nuestras rígidas y falsas creencias acerca de nosotros mismos y de todo cuanto nos rodea. Es por eso que existe una incongruencia entre lo que llevamos por dentro y lo que hacemos por fuera, y cuanto más abandonamos nuestro interior, en peor estado se encuentra, y más difícil nos parece entonces sanarlo. Es por ello que nos sentimos más cómodos manteniendo una vida automática, inconsciente y desconectada de lo que verdaderamente somos.
“¿Estoy viviendo de una manera que me satisface profundamente y que realmente me expresa?”
CARL ROGERS
Fruto de este autoengaño, en ningún momento nos mostramos de forma auténtica. Más bien nos refugiamos detrás de la máscara que usamos para sentirnos seguros frente a los demás, por lo que terminamos construyendo relaciones superficiales y pasajeras. Y como consecuencia de experimentar la realidad desde nuestra auto-generada fragilidad interior, a veces percibimos como peligrosa la interacción con las demás personas.
Tenemos miedo de mostrar algo que nos desenmascare como seres humanos diferentes del resto, pues con ello perderíamos la buena imagen que deseamos proyectar. Además, como vivimos en constante lucha con nosotros mismos y con nuestro entorno, con frecuencia albergamos grandes cantidades de rabia en nuestro interior, la manifestemos o no.
Todo ese cúmulo de desafortunadas circunstancias internas nos impide fluir con la vida tal y como esta se presenta, viviendo nuestro presente totalmente condicionados por nuestro pasado. Es así como ahogamos nuestra creatividad en el lago de nuestro miedo a experimentar la vida tal y como es.
Como alternativa, Carl Rogers, uno de los pioneros en el movimiento de la “psicología humanista”, reunió las características de las personas que él mismo denominó “plenamente funcionales”.
- Están totalmente abiertas a la experiencia, lo cual no significa que se arriesguen ingenuamente, sino que son capaces de experimentar con plenitud el momento presente. Aceptan todas sus emociones, pues no tienen la necesidad de defenderse de sus propias sensaciones internas. Se escuchan a sí mismas y experimentan plenamente y sin defensas lo que ocurre en su interior -Rogers llamaba“vivir existencial” a esta actitud de experimentar el momento presente con intensidad y apertura-.
- Tienen un concepto realista de sí mismas, basado en sus propias sensaciones e impresiones, y no en las directrices u opiniones de otros seres humanos. No viven una vida que no quieren vivir, pues no intentan amoldar su manera de estar en el mundo a un falso concepto de sí mismas. No intentan aparentar lo que no son.
- Son sensibles a lo que hay en su interior. Tienen facilidad para experimentar claramente todas sus emociones, ya sean estas agradables o desagradables.
- Confían en su intuición y en su criterio, estableciendo el rumbo de sus vidas en función de lo que honestamente sienten a cada momento y en cada situación.
- Se sienten libres de elegir sus propios actos y de construir su propio camino, por lo que sus actos están en consonancia con sus verdaderos valores y sus auténticas motivaciones. Sus emociones dolorosas no les impiden seguir adelante, pues son capaces de experimentarlas abiertamente, sin tener que huir de ellas.
- Son personas creativas. No se conforman con actuar de manera siempre acorde a lo “normal” para su época y cultura. Sin embargo, tienen gran facilidad para adaptarse a cualquier situación que se les presente porque saben cómo satisfacer sus propias necesidades.
- Están totalmente comprometidas con el maravilloso proceso de ser ellas mismas.
El psicólogo e investigador Carl Rogers (1902-1987) ha sido y sigue siendo uno de los psicoterapeutas más influyentes de la historia. Sus observaciones y descubrimientos acerca del ser humano marcaron un antes y un después en el mundo de la psicología, revolucionando por completo el concepto del desarrollo personal.