No nos valoramos por lo que somos, sino por lo que hacemos, por lo que tenemos y por lo que los demás dicen o piensan de nosotros. Tanto es así, que nos sentimos mejor o peor con nosotros mismos en función de si tenemos un buen trabajo o no, de si tenemos más o menos amistades, de si hemos alcanzado mayor o menor estatus social, etc. Sin embargo, ¿realmente todo eso tiene que ver con lo que somos de piel para adentro?
Los seres humanos solemos suspender en la asignatura de ser nosotros mismos. Rara vez nos comprometemos con nuestro auténtico camino en la vida. Con frecuencia enterramos nuestra verdadera esencia en lo más profundo de nosotros mismos, interpretando un falso personaje al gusto de quienes nos observan. Y dado que lo que más pedimos a los demás es justamente lo que menos nos damos a nosotros mismos, cuanto mayor es nuestro afán por ser valorados por otras personas, más dejamos entrever lo poco valiosos que nos sentimos por nosotros mismos.
Así, como nos valoramos en función de lo que los demás piensan de nosotros, dedicamos nuestra vida a proyectar determinada imagen. Y como no podía ser de otra manera, en esta farsa continua terminamos por abandonarnos a nosotros mismos. Es decir, invertimos toda nuestra energía en hacer lo que se supone que hemos de hacer, acumulando posesiones, ansiando un buen trabajo y preocupándonos más de lo que puedan decir los demás que de ser fieles a nuestra propia voz interior.
“Me permito estar y ser quien soy, en lugar de que otro determine cómo debería yo ser o estar.”
JORGE BUCAY
Además, como no sabemos ser nosotros mismos, tampoco terminamos de permitir que los demás sean ellos mismos. Más bien esperamos que se comporten con nosotros como a nosotros nos gustaría, lo cual no es más que el fruto de nuestra incapacidad para sentirnos en paz independientemente del comportamiento y las decisiones de los demás. Al final, lo que hay tras este vacío interior es el virus más extendido de nuestros tiempos: el de la falta de autoestima.
La sana autoestima es un estado de coherencia con nosotros mismos. Se basa principalmente en comprometernos con el hecho de ser nosotros mismos, valorándonos por ello. No se trata de convertirnos en seres valiosos, sino de darnos cuenta de que ya lo somos. Así, forjar una buena autoestima quiere decir abandonar la tendencia a juzgarnos por no ser como “deberíamos ser” y comenzar a valorarnos por ser lo que verdaderamente somos. En paralelo, sanar nuestra autoestima nos lleva a convertirnos en nuestro propio referente en la vida, aprendiendo de nuestros errores con “humildad” pero sin “autocrítica”. Ciertamente, ahí es donde comienza nuestro verdadero desarrollo personal.
De lo que se trata, al fin y al cabo, es de desarrollar la confianza en nosotros mismos, alimentando con ello nuestro imprescindible amor propio. Sabemos que amamos a los demás cuando deseamos su bienestar, su desarrollo y su felicidad. Pues lo mismo ocurre con el amor propio: amarnos quiere decir buscar activamente nuestra plenitud emocional, desarrollándonos como personas felices y aceptándonos como verdaderamente somos, con nuestros talentos, pasiones y valores, y también nuestros defectos y limitaciones. No solo es potenciar nuestra luz, también es abrazar nuestras sombras.
“La única relación que con certeza vamos a mantener hasta el final de nuestros días es la que tenemos con nosotros mismos.”
PROVERBIO POPULAR
Dado que “auto-estima” significa “la estima que tenemos de nosotros mismos”, una buena autoestima requiere una buena relación con nosotros mismos. Para ello es imprescindible priorizar nuestro amor propio antes que la aprobación de los demás, así como sentirnos libres de tomar nuestras propias decisiones, comprometiéndonos con nuestro propio sendero en la existencia.
Todo ello requiere poner límites a las “invasiones” de los demás, quienes tantas veces ejercen fuerza de manera inconsciente -y seguramente bienintencionada- para que seamos como ellos desean que seamos. Sin embargo, esta independencia emocional solo es alcanzable cuando logramos proporcionarnos a nosotros mismos aquello que tantas veces buscamos en los demás: respeto, afecto, consideración, atención, cuidado, amor… Cuando logramos sentirnos plenos por nosotros mismos, podemos relacionarnos con los demás desde la preferencia, el disfrute y la abundancia, y no desde la necesidad, la tensión y la carencia.
Asimismo, tener una buena autoestima quiere decir no obsesionarnos con lo que los demás puedan decir, pensar o hacer, dejando de basar nuestra felicidad en ello. De esta manera, cuando mejor nos sentimos con nosotros mismos, menos necesidad tenemos de adaptar nuestra forma de ser al criterio de los demás, porque este ya no es la base que sustenta nuestro bienestar emocional. Cuando esto ocurre, dejamos al fin que los demás sean como son con total libertad, pues ya no necesitamos que piensen o se comporten con nosotros de una manera concreta. Entendemos que lo que hacen o dicen los demás es un reflejo de su carácter, y no del nuestro. Es el resultado de su historia, y no de la nuestra.
“Solo poseemos de verdad aquello que no podemos perder en un naufragio.”
PROVERBIO HINDÚ
Como gran síntoma de una buena autoestima cabría destacar la “asertividad”, es decir, la capacidad de expresar nuestro parecer sin censurarnos pero con total respeto hacia el otro. Paradójicamente, esta capacidad de sinceridad y respeto hacia el otro solo puede surgir desde la sinceridad y el respeto hacia nosotros mismos, pues atrevernos a dejar clara nuestra postura es parte de atrevernos a ser nosotros mismos. Comprometernos con nuestro criterio personal no solo es “respetarnos”, sino que también es darnos la “valoración” y la “consideración” que solo nosotros podemos darnos.
De este modo, nuestra autoestima depende en gran medida de la manera en la que nos tratamos. Y un gran indicativo de la relación que estamos cultivando con nosotros mismos es el estado en el que se encuentra nuestro diálogo interno. ¿Tenemos un diálogo interno saludable? ¿Qué nos decimos a nosotros mismos cuando las cosas no salen como esperábamos? ¿Cuán duros somos con nosotros mismos? ¿Cuánto amor y compasión hay en la manera en la que nos tratamos? ¿Tenemos una relación con nosotros mismos basada en el respeto y la confianza, o más bien en la crítica y el menosprecio? ¿Confiamos en nuestras habilidades y capacidades como personas? ¿Estamos dispuestos a sumir que la relación que mantenemos con nosotros mismos es la más importante de nuestras vidas?